La fórmula “Scorsese” es una fórmula narrativa
trillada de la que ni siquiera el mismísimo director que lleva su nombre, y ni
hablar de sus incontables imitadores, puede escapar.
Se trata de una fórmula muy conocida por
cualquier cinéfilo ávido, y especialmente por aquellos que vieron o A) Muchas
películas de la filmografía de Scorsese o B) Muchas películas de “gangster” en
general. La típica historia del sueño americano tipo rags to riches (de la pobreza a la riqueza) con una tercera parte
añadida en la cual el enriquecimiento y poderío del individuo, construido a
partir de bases ilegales o de engaño, cae. En el medio hay estilos de vida
ostentosos, esposas histéricas, y en el caso de Scorsese, un desquiciado
cómplice de la mano de Joe Pesci o Jonah Hill. Es la típica historia de “todo
lo que sube, cae”, con un poco de “el dinero no compra felicidad” y el tan
satisfactorio “la vida siempre devuelve”.
Ahora,
no es que El Poder de la Ambición ponga
una tilde en cada una de las cajas de la fórmula “Scorsese”, pero ciertamente
no hace nada (o incluso, hace lo mínimo posible) para desvirtuar apenas el tan
reciclado modelo de filme. Como consecuencia, para ir directo al grano, El Poder de la Ambición es ambas partes
bodrio y decente, difícil de tolerar pero absolutamente competente.
Esta historia scorsesiana basada en hechos
reales tiene como protagonista a Kenny Wells (Matthew McConaughey), que luego
de haber trabajado junto a su ahora difunto padre en una firma de inversiones
para excavaciones mineras, se encuentra en una situación difícil económica y
emocionalmente. Si bien cuenta con el apoyo completo de su dulce esposa Kay
(Bryce Dallas Howard), su desmesurada ambición no se ve en proporción a la
modesta vida como emprendedor fracasado que está llevando. Esto es hasta la
noche en que tiene un sueño particular, y encara con sus últimos ahorros un viaje
a Indonesia, donde convence al exitoso minero Michael Acosta (Edgar Ramírez) de
buscar minas en territorio selvático inexplotado, donde Wells supone que previa
actividad geológica podría haber llevado a grandes reservas de oro, quizás las
más grandes del planeta. Wells y Acosta se comprometen de forma completa con el
proyecto, y lo demás es tal como se lo predice.
Stephen Gaghan (Syriana, Abandon) muestra
habilidad al mantener la temática de excavaciones, empresas mineras e
inversiones de esa índole simple y relativamente llevadera. Sin embargo,
recurre a una técnica de dirección tan simple que, consecuentemente, la
película sufre al intentar captar interés a través la gran mayoría de la
duración. No hay voz del director en ningún momento, ni siquiera de los
actores, y la historia progresa de manera tan obvia y no característica que es
difícil no mirar el reloj durante la primera
hora del filme.
Por supuesto, no es solo su culpa. El
talón de Aquiles del proyecto es sin duda el guion desarrollado por Patrick Massett
y John Zinman (La dupla detrás de nada más y nada menos que Lara Croft: Tomb Raider). No solo los
diálogos son dolorosamente malos (“En este negocio no hay correctos o
equivocados, si no aciertos y errores” escupe en un momento el personaje de
Acosta como si fuera una epifanía) sino que además el filme acude a las
herramientas narrativas más holgazanes para mantener el contenido de la
historia entendible. En una ridícula secuencia inicial, Wells le explica a Kay
(o mejor dicho, a la audiencia) como funciona el negocio de su padre utilizando
su cartera. Este momento, junto a otros del proyecto, se sienten demasiado
simplificados, como si los mismos guionistas ven a la audiencia desde arriba,
creyendo a la misma incapaz de entender de otra forma conceptos familiares a
los personajes y su universo.
Nuevamente, no se puede culpar tanto a los
guionistas. Todo, al fin y al cabo, lleva al argumento en sí. Tanta cháchara
sobre oro, inversiones y el no tan fascinante mundo de los explotadores mineros
y sus revistas y entregas de premios puede ser interesante hasta un punto. Sin
embargo, ni los guionistas ni el director hacen un esfuerzo por mantener estas
secuencias entretenidas, al menos que sus intentos se vean reflejados por un
tratamiento decididamente glamoroso del material, lo cual lleva a una
estructura narrativa que es muy fácil de predecir. Eso es hasta el tercer acto,
que salva a la película de ser un completo desastre, con un giro bastante
efectivo y una conclusión que, a pesar de que haya sido tomada prestada de
otros largometrajes superiores, hace un buen trabajo de elevar la película unos
cuantos metros sobre la miseria, hacia el tan aclamado y glorioso eslabón de
las películas “pasables”
En cuanto a actuaciones, McConaughey se ve
completamente comprometido al rol, incluso engordando bastante para
interpretarlo. Bryce Dallas Howard tiene momentos actorales muy destacables
también, pero en general, los personajes son tan unidimensionales y aburridos
que no el peso que levanta el talentoso elenco no es suficiente. Por otro lado,
el personaje de Edgar Ramirez, que resulta tener más dimensiones que el resto,
es interpretado de forma tan insípida que pierde memorabilidad.
En fin, El Poder de la Ambición es un ejemplar inferior de un cine que
vimos demasiado. Si uno por alguna razón quiere ver una reversión de El Lobo de Wall Street pero sin la
energía y la decadencia, entonces adelante. En sí, me gustaría expresar mis
deseos por el cual este género tan reutilizado de películas encuentre aquí su
merecido descanso.
Nuestra opinión: 4/10
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